Entre tanto encierro por la actual cuarentena, agotado de ver las paredes de mi hogar y ojear medios reiterando noticias abrumadoras, no tuve mejor opción que rememorar recuerdos fotográficos y audiovisuales. Batí un café espumoso y caliente para combatir al frío casi invernal y ponerme en campaña. Al entrar en búsqueda de mis archivos, siendo además agente de viajes, claro está que iba a encontrar contenido sobre mis travesías al caribe, sobretodo de aquella última en Mayo de 2019 a #CostaRica.
Me bastó segundos para sonreír tímidamente y entrar en calor después de ese espeso trago de café. Tal fervor me situó en aquel aeropuerto internacional Juan Santamaría del día 28 cercano a las cuatro de la tarde; cuando en el avión uno de mis amigos de los cuales decidimos viajar, ubicado en una ventilla, me susurra: “Luis, ya llegamos”. Al descender por la escalera, mi cuerpo comenzó a recibir rayos solares de forma chocante. Entre mis ojos achinados y algunas gotas de sudor en la frente, podía afirmar que habíamos llegado a San José, capital del país tico.
En los transcursos del viaje hacia al hotel podía observar el gran estándar de vida en la histórica ciudad. Como también gran movimiento de #turistas de todas las edades, en especial jóvenes. Al correr la tarde, el sofocante sol disminuye y la oscuridad, con la luna y sus estrellas en esplendor, comenzaba a darnos la bienvenida. Obviamos el hecho de aprovecharla saliendo a recorrer, por lo que visitamos bares temáticos donde bebimos deliciosos tragos preparados con peculiares frutas exóticas, restaurantes de voluminosa gastronomía y casinos refulgentes, pero sobretodo mucho color y cultura en la audaz noche costarricense.
Aquellas primeras cervezas frías; como los vientos que atraviesan mi querido 25 de mayo (ciudad argentina de la Provincia de Buenos Aires) en éstas épocas; compartidas con mi grupo de amigos en plena capital costarricense me rellena la esperanza al pensar en el momento. No tan únicas como fueron en los días que conocimos las deslumbrantes playas caribeñas, o atlánticas, del Parque Nacional Cahuita en Puerto Limón, catalogadas por su tropical arena blanca pero también negra; y las playas del pacífico puntualmente Guanacaste y Manuel Antonio, donde atestiguamos un mayor oleaje con arena de un tono oscuro, además de apreciar un paisaje de playa y montañas para la foto del cuadro.
Mi café se entibió al igual que mi relato sobre los volcanes, pero ¿Cómo no irse por las ramas con tantas opciones por hacer? Después de tantos kilómetros recorridos, mi memoria, y no dudo que la de mis compañeros de viaje también, agrupan experiencias para recordarlas en cada encuentro. Tampoco vamos a dejar de acontecer la tarde en cual recorrimos 86 kilómetros sobre rutas, e obstino en ellas por su fantástica infraestructura y viabilidad que poseen, camino a la región de Alajuela exactamente al pueblo rural de La Fortuna, San Carlos.
Luego de 3 horas de viaje, nos alojamos en una cabaña con vistas exclusivas de abrumadora biodiversidad, pero particularmente del volcán Arenal. Nos comentaron que el pueblo conserva muchas tradiciones ticas, como deliciosos restaurantes típicos y visitar destinos naturales maravillosos a poca distancia. Recuerdo que, al llegar cercana a la noche, nos habíamos frustrado un tanto por lo opaco que se visualizaban dichos paisajes. Las frondosas copas de los árboles, cierta nubosidad y la propia oscuridad cubrió al poblado, lo mismo con el volcán. Lo que no pudieron abrumar fue el espectáculo auditivo de la naturaleza viva, que entre el silencio y su esplendor nos desearon las buenas noches.
Pienso en la frase “lo bueno tarda en llegar” para cotejar el impactante marco en la ventana con el que amanecimos. En cuestión de minutos, recogimos nuestros celulares y cámaras digitales para fotografiar el lluvioso bosque que rodea al imponente volcán, con su humeante cráter plegado de nubes que nos observaban como hormigas.
Emprendimos la aventura hacia el Mistico Arenal Hanging Bridges Park con una visita guiada. Hasta ese momento, no tuvimos noción de que estábamos por conocer uno de los cinco volcanes más activos en Costa Rica y del mundo.
El hombre nos comentó un breve resumen acerca de los cuatro restantes. Comenzó con el volcán Poás, ubicado a tan solo una hora del Aeropuerto Internacional Juan Santamaría, en Alajuelas; volcán Irazú, el más alto del país tico que se encuentra en Cartago; volcán Turrialba, también situado en Cartago y es el más activo de Costa Rica; y finalizó con el volcán Rincón de la Vieja, localizado en la provincia de Guanacaste dentro del Parque Nacional.
Dicho esto, nuestro entusiasmo aumentó y dimos comienzo a la caminata.
Descubrimos los maravillosos secretos escondidos en este bosque, es un verdadero santuario de vida silvestre. La alta densidad de biodiversidad predominaba entre los senderos, pero aún faltaba lo mejor. Nos advirtieron una excursión sobre seis puentes colgantes dentro del parque, que ofrecen otra óptica del venerable ecosistema tropical. En el transcurso de los 3 kilómetros, puedo asegurar con mis treinta y seis años que sentí haberlos hecho en media hora. El acendrado aire fresco nos revitalizó constantemente, sin dejar de lado nuestra constante atención hacia la innumerable flora y distintas especies silvestres como aves exóticas, reptiles y mamíferos de todas las dimensiones.
Mientras tanto la aventura mantenía su magnificencia en el placer de contemplar, hasta que frenamos en un sitio con un cable colgante en dirección hacia abajo. Se trataba de tirolesa, una experiencia que por su altitud y dimensión generó nervios mezclado con sensaciones de miedo en mi grupo viajero. “Duda, yo no me tiro ni loco” me expresa uno de mis amigos fríamente observando la tirolesa que lo esperaba; “Pasen ustedes, yo me tiro último” exclamaba otro pensando en evitarla. No voy negar que ciertos escalofríos recorrieron en mí pero, ¿Realmente iba a dejar pasar la oportunidad de experimentar? Claro que no.
Mi sonrisa al estar ubicado en el asiento demostraba nerviosismo y emoción a la vez, en tanto el encargado de la tirolesa me explicaba el método colocándome los estándares de seguridad. El mismo me dio el empujón que necesitaba para acabar con tantas vueltas en mi mente. Emoción, risa, la brisa en mi cara. Sentí un entorno formidable, la sensación de volar por el bosque y una descarga de adrenalina compartida con algunos amigos.
Renovados, con ganas de más, la aventura sostenía su magnitud. Nos dimos cuenta que aún faltaba la frutilla del postre; el Arenal se observaba cada vez más próximo. Llegamos a una posición, diría yo, privilegiada, al estar ubicado frente al majestuoso colosal. Nos instruyeron en su historia y la actual fase de erupción en la que se encontraba el volcán en ese momento. Iniciamos el trekking sobre un paraje seco de lava solidificada de la gran erupción de 1992, donde aún se puede observar magma y piedras ardientes de la reciente.
Desde ese lugar, pudimos contemplar una magnífica vista del lago más grande del país, el Arenal. El mismo se utiliza para la generación de energía hidroeléctrica y satisfacer las demandas de electricidad del sistema interconectado nacional. Una particularidad del área que rodea al volcán son sus aguas termales. No fuimos partícipes pero visualizamos gente bañándose en las calientes aguas que, por los que nos comentó el guía, tienen propiedades curativas y cosmética rejuvenecedoras.
Terminada la aventura, puedo manifestar nuestro entusiasmo de habernos sentido cómodos en Costa Rica. La amabilidad de los y las costarricenses hacia el turista es fascinante, son personas gratamente atentas, al ser el #turismo gran parte de su sustento económico. Vivimos días increíbles llenos de experiencias aventureras en pleno contacto con la naturaleza, y disfrutarlo con buena compañía obtiene un gusto especial.
Mi nostalgia me dice que recordaremos este viaje por siempre, pero no dudo que volveremos a retomar esta travesía otra vez. ¿Te interesó esta experiencia? Para más información, te invitamos a que consultes en Babel Viajes.
Protagonista: Luis “Duda” Romagnoli.
Autor: Alan Proboste.